Morgana Vatori
Scortum

16.3.11

Virtudes

El agua caía sobre nosotros, con los ojos entrecerrados trataba de ver algo en el horizonte, una luz, una zona despejada, la muerte o tierra. En medio de la tormenta nuestra humilde barcaza se tambaleaba como una cascara de nuez en el barreño de una lavandera, diluvió hasta el amanecer y mis hombres agotados yacían en cubierta cuando, con los primeros rayos de sol, el agua cesó. Me encontré erguido, buscando aún algo que me guiase cuando el segundo de a bordo vino a suplicarme información:

- Sé que no es asunto mío y por los Dioses que respeto tus decisiones como si fuesen de mi misma madre, pero los hombres están agotados, no tienen esperanza alguna de encontrar tierra, no tienen motivo alguno para levantarse y remar; las viejas velas que teníamos se han roto y sin comida ni agua es mejor que bebamos alcohol y pensemos en mujeres hasta que Hodur disponga.

- No mentes a Hodur, él no tiene nada que ver con esto. Estamos cerca.

Me giré, les miré y comencé a gritar:

- ¡Señoritas! Confío en que el duro trabajo de esta noche no les impida poder hacerse la manicura por la mañana. ¡Oh! Por Odín que las rameras trabajan más que vosotros. ¡Vamos! ¡Remad!

Respeto de nuevo mostraron cuando ciegamente comenzaron a remar hacia ningún maldito lugar, pero blasfemar solo servía para conseguir su obediencia, todos en aquel barco sabíamos que remábamos hacia la muerte.

Orgulloso me siento y me sentiré mientras arda en el infierno de la fuerza y la templanza que han guiado mi vida. Recuerdo que miré mis manos callosas, mis antebrazos fuertes, apreté los puños y los apoyé en la madera vieja y astillada de aquél el que era, es y será mi barco. Muchas mujeres han suspirado por estos músculos tensos, muchos hijos he traído al mundo y muchos bastardos habrá que no conozca. Soy alto y fuerte, feroz y viril, tengo el carácter del Dios de la guerra y la fuerza de todos los hijos de Odín, soy un hombre y voy a morir como tal.

Hay una virtud de la que no he gozado hasta hoy.

Antes de empezar la segunda tormenta pensaba en devolver a mis hombres a su tierra. Precisamente pensaba en que volvieran a sentir el calor de sus mujeres antes de morir en otra batalla, en otra travesía o de viejos en sus asquerosas aldeas; pobres perros amarrados a la arena. Gotas de más agua volvieron a mojar mi rostro mientras pensaba en mi breve e intensa vida: quedé huérfano de padre a temprana edad y mi madre me abandonó en cuanto pude cazar mi propia comida, la recuerdo fea y gorda como una bestia marina, maldita mujer.

Sí, definitivamente me siento orgulloso de mi potencia, mi virilidad, mi fortaleza, mi paciencia; me siento orgulloso de la disciplina que me caracteriza, de las durezas de mis rodillas y mis codos, no he echado de menos las piernas de las mujeres, ni sus labios, ni sus corazones, pero viéndote me planteo qué hubiese sido de mí si hubiese conocido la existencia de esta la tuya virtud.

Son muchas las virtudes que no tienes, como son muchas los vicios que no nombras. ¿Qué tengo yo que puede hacerte la muerte más dulce?

Belleza, mujer: belleza. Eres blanca y sutil, humilde, firme, proporcionada, eres útil para parir y criar, tienes la piel de mármol y los ojos fuertes y profundos como el mismísimo océano. Tus labios carnosos me hacen plantear cuantos viajes me hubiese perdido por mirarte conversar. Eres sabia. Tienes una voz melodiosa y otras muchas cosas que ni puedo nombrar, porque no he visto en mi mísera vida.

No has sabido ver la belleza cuando la tenías delante porque estabas cegado con tu fuerza, tu templanza, tu prudencia y la justicia de la que presumes. Muchas mujeres bellas pasaron por tu lado y solo viste carne y calor. Muchos jóvenes anduvieron en tus filas con finos rostros y cabellos dorados. Muchas fueron las doncellas que tus hombres violaron y que gozaban de esta virtud. ¿Qué intentas valorar ahora?

No sigas. Sé lo que he perdido. Estoy muriendo ahogado y antes de que expulse mi último aliento me habré enamorado. ¿Podrás, mujer, explicarme en la otra vida que es el amor?

¿No lo sabes?

No lo sé.

Desgraciado has sido si a la hora de tu muerte no sabes lo que es el amor.

Desgraciado o no, ¿me abrirás el camino?

¿Tú? Puedo entender que una bestia hable de fuerza, de disciplina. Puedo entender que los guerreros presuman de templanza y virilidad. ¿Podrás tú explicarme como un animal bípedo y capaz, pero animal de la guerra al fin y al cabo, necesita conocer qué es el amor y la belleza?

Eso es fácil, mujer, al fin y al cabo soy hombre.

20.2.11

Entrada terapéutica

Algo a perturbado mi siesta. He mirado el reloj y mostraba en números grandes y claros las 17.23. Pronto. Después de estirarme y cambiar de postura he cerrado los ojos con un gran suspiro, esto de no tener que estudiar me hace experimentar sensaciones muy placenteras.

He comenzado a pensar. Nunca he tenido dificultades para conciliar el sueño, ni en los malos momentos, porque cuando mi propósito es dormir, duermo, no pienso. Pero hoy me he puesto a pensar. De pronto algunos fantasmas del pasado han vuelto a mi cabeza, he revivido uno por uno todos los detalles de aquel suceso y me ha resultado imposible calmarme y dormir.

Me he tapado entera, incluida la cabeza; he cerrado los ojos y he tratado de calmarme, pero cuando ese tema llega a mí nada me apacigua y, desde luego, nada me calma.

Las lágrimas han recorrido de nuevo mi rostro en busca de un lugar cálido dónde poder morir. He examinado cada día como si hubiese ocurrido esta misma semana. Cada conversación. Cada sentimiento de impotencia y miedo. Cada instante de dolor.

La naturaleza no me ha dotado de una gran memoria, pero revivo aquellos momentos con una facilidad asombrosa; veo cada detalle, siento todo lo que sentí, huelo esos hombros amigos que me consolaban y oigo, de nuevo, todas aquellas palabras de ánimo.

Puede que haya sido por la hora o por despertarme con una horrible sensación de soledad, pero me he visto despertando aquél jueves, he visto mi ordenador arrancando y he visto mi monitor devolviéndome una y otra vez la misma imagen. He recordado la llamada que hice y la respuesta que recibí. He recordado cómo no dormí aquella noche y como no atendí en las clases del día siguiente. He revivido las conversaciones, las preguntas y mis respuestas. He recordado cómo pasó el tiempo con unos interrogantes que no se resolvían. El miedo es lo que más me duele. Aún a día de hoy sigo llorando cuando me acuerdo de todo eso y, aunque no puedo decir nada más, quería trasmitir aquí, en mi solitario y hundido blog, que sigo sintiendo como sentía en aquella época, sigo siendo como era, pensando como pensaba y llorando como lloraba.

Muy a pesar mi mente no ha borrado como debía aquellos momentos, espero que tras esta entrada terapéutica, por lo menos, aprenda a recordarlo sin hundirme con cada recuerdo.